domingo, 28 de diciembre de 2014

Intringulis del artisteo que me dan palo: parte primera


¡Felices Pascuas majetes! Qué bien que ya estamos en Navidad y me he venido a Pamplona a disfrutar un par de semanas con mi familia y amigos. Y no me malinterpretéis, me encanta Madrid y estoy entusiasmada con las actividades a las que dedico mi tiempo, pero existen una serie de situaciones, deberes y comportamientos inherentes al artisteo que me dan cierta galbana…

Comenzaré mi opúsculo tratando el tema de las sesiones fotográficas. ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo de hacerse un book de fotos en el que salga bello y hermoso? Hojeando una revista vemos fotos de gente famosa retratadas de una manera muy favorecedora, en blanco y negro, con elegancia, y pensamos “claro, si yo me hiciese un book con fotógrafo y toda la parafernalia  también saldría así de bien”, y fantaseamos con diferentes posturas, escenarios, ropas, peinados…y no sé a vosotros, pero a mí me encanta la idea. Así que cuando me dijeron que uno de los primeros pasos que deben darse para ser actriz es realizar una sesión de fotos que sirva de presentación quedé deslumbrada por la noticia. Por supuesto no tenía ni la más remota noción de lo que supondría llevarla a buen término…

Lo primero que me dejó ojiplática fue el precio de las sesiones. ¡300 euros mínimo! ¡Tremendo vilipendio! ¡Si te sacasen como a Adriana Lima, aún! ¡Pero no, es tu jeto, y 300 eurazos! Así que me vine abajo rápidamente. Además, no es nada sencillo encontrar un fotógrafo que se adapte a ti porque hay muchísimos y nunca sabes cuál te va a retratar o entender mejor, y es una pasta…
Lo habitual en un Black Friday es comprar ropa, gafas de sol, móviles, ordenadores, juguetes sexuales…yo me pillé una sesión de fotos. Súper descuento que tenía el tipo en cuestión, ni siquiera consulté su página web para echar un vistazo a sus trabajos ¡Ahí a lo loco!

Claro, te piensas que cuando vas a una sesión te van a poner ellos la ropa, y te van a maquillar y peinar guapísima…pero no, el maqueo te lo tienes que hacer tú (por lo menos si es low cost…). Así que cuando llegó el día me alegré mucho de que el shooting fuese por la tarde… ¡porque si lo llego a tener por la mañana me tendría que haber levantado por lo menos a las cinco, santo Dios!. ¡Me hice de todo! Dormir 8 horas, zumo de naranja y té verde, aceite de coco en el pelo, ducha exfoliante de 15 minutos, rigurosa depilación (pa qué?!), tira para los puntos negros, mascarilla de arcilla blanca, blanqueador de piños, yoga facial antiarrugas… ¡Me puse hasta un yogur que tenía en la nevera! 
Y luego vino el maquillaje. Me senté en mi tocador, encendí unas velitas, puse la playlist “Girl’s night” y ¡a darle a la brocha! Y por supuesto todo lo que podía salir mal, salió mal, como suele ocurrir en esas ocasiones en las que es de vital importancia que tu maquillaje esté perfecto: me pasé con la base, el colorete se quedó a ronchas, el rabillo del eyeliner no quería salir recto, me cayó rímel en el antiojeras… y cada vez que intentaba corregir o retocar algo, lo empeoraba más… ya no había remedio, alcancé el punto en que ya llevaba 8 capas de polvos y coloretes  e iluminadores y la única salida era la toallita desmaquillante.  ¡Y me había pegado como  45 minutos dedicada a tal hazaña! Al final volví a maquillarme en 15 minutos y quedó decente. Con el pelo me pasó un poco parecido. Plancha para aquí, tirabuzón para allá, total para dejármelo paja. Me acabé aplicando mi aceite multiusos  con la cabeza boca abajo y me hice un moño con 3 horquillas. Monísima

(Chicos lo siento enormemente por el párrafo anterior).

El tema de la ropa ya ni os cuento. Había pasado días organizando mentalmente la vestimenta que llevaría a la sesión porque es un tema trascendental como podréis imaginar. Planeé perfectamente qué modelito iba a ponerme para cada tipo de foto, qué prendas me favorecían más, mis preferidas del armario… vestido negro, pitillos, jerseys, vestidito lencero, tacones, zapato plano, medias de esas que tienen efecto faja (sí, ya sabéis todas de qué hablo). Bueno, que al final me puse nerviosa y empecé a meter en el bolso de todo menos lo que tenía que llevar, cogí esas típicas prendas que no te pones NUNCA pero que de repente un día en que tienes un evento relevante las ves y piensas que es una gran idea ponértelas y va y NO!

Así que nada, salí de casa agua al cuello y talquina al culo (o sea con prisas), y tenía una media horita andando hasta llegar al estudio. Encendí mi inseparable GPS (véase la explicación en un post anterior) e inicié la marcha hacia mi destino. Iba al trote, con el bolso lleno llenito de ropa y maquillajes para por si acaso, exaltada perdida imaginando lo pimpollo y guapetona que iba  a salir en mis foticos cuando comencé a notar el frío desgarrador que llevaba consigo el viento procedente del norte (fijo que me lo envió Saruman) y en ese momento un torrente de lágrimas comenzó a precipitarse por mis sonrosadas mejillas arruinando vilmente todo el maquillaje. A todo esto, cuando estoy bajo presión me brota un tic en el ojo izquierdo el cual empieza a temblar y abrirse y cerrarse sin compasión y como podréis imaginar en esta ocasión no se quedó atrás. Seguí caminando con pelín de desasosiego pensando en cómo iba a arreglar la catástrofe que acababa de acontecerme cuando un oportuno pajarillo que reposaba sobre una rama en un árbol bajo el cual me cobijaba del frío mientas se ponía en verde el semáforo para los peatones decidió dejar caer sus deposiciones sobre mi pelo. Mmmmmmm, Excelvilloso.

Afortunadamente conseguí llegar al estudio sin más contratiempos  y arreglé los estropicios varios que había sufrido. Me vestí,  me retoqué el maquillaje y limpié  los detritos pajariles de mi cabellera. Me coloqué en la pared con el fondo blanco frente al fotógrafo y comenzó la magia... PUES NO. Magia ninguna. El pobre hombre se desesperó conmigo, y es que posar, lo que es posar, no es mi fuerte. Parecía un muñeco articulado. El retratista se aproximó a mí e intentó colocar mis extremidades formando algún tipo de interesante postura, más yo seguía tiesa cual hombre de hojalata. Puso un poco de música de Lana del Rey para hacerme sentir más cómoda y conforme transcurría el tiempo comencé a soltarme. No obstante tengo que hacer esfuerzos por mejorar mi sonrisa de pose, porque se me desencaja la mandíbula formando una suerte de mueca de asco. Terrible. El camerista optó por pedirme que no sonriese, que resultaba más misteriosa si cerraba la boca y miraba al infinito (gracias por tu tacto). Y ahí estuve un par de horillas mirando con intensidad la esquina de la habitación.

En fin, fue mi primera vez. Ya aprenderé.

Aquí os dejo una muestra de la sesión. ¡No quedó mal al final!



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