¡Felices Pascuas majetes! Qué
bien que ya estamos en Navidad y me he venido a Pamplona a disfrutar un par de
semanas con mi familia y amigos. Y no me malinterpretéis, me encanta Madrid y
estoy entusiasmada con las actividades a las que dedico mi tiempo, pero existen
una serie de situaciones, deberes y comportamientos inherentes al artisteo que
me dan cierta galbana…
Comenzaré mi opúsculo tratando el
tema de las sesiones fotográficas. ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo de
hacerse un book de fotos en el que salga bello y hermoso? Hojeando una revista
vemos fotos de gente famosa retratadas de una manera muy favorecedora, en
blanco y negro, con elegancia, y pensamos “claro, si yo me hiciese un book con
fotógrafo y toda la parafernalia también
saldría así de bien”, y fantaseamos con diferentes posturas, escenarios, ropas,
peinados…y no sé a vosotros, pero a mí me encanta la idea. Así que cuando me
dijeron que uno de los primeros pasos que deben darse para ser actriz es
realizar una sesión de fotos que sirva de presentación quedé deslumbrada por la
noticia. Por supuesto no tenía ni la más remota noción de lo que supondría
llevarla a buen término…
Lo primero que me dejó ojiplática
fue el precio de las sesiones. ¡300 euros mínimo! ¡Tremendo vilipendio! ¡Si te sacasen
como a Adriana Lima, aún! ¡Pero no, es tu jeto, y 300 eurazos! Así que me vine
abajo rápidamente. Además, no es nada sencillo encontrar un fotógrafo que se
adapte a ti porque hay muchísimos y nunca sabes cuál te va a retratar o
entender mejor, y es una pasta…
Lo habitual en un Black Friday es
comprar ropa, gafas de sol, móviles, ordenadores, juguetes sexuales…yo me pillé
una sesión de fotos. Súper descuento que tenía el tipo en cuestión, ni siquiera
consulté su página web para echar un vistazo a sus trabajos ¡Ahí a lo loco!
Claro, te piensas que cuando vas
a una sesión te van a poner ellos la ropa, y te van a maquillar y peinar
guapísima…pero no, el maqueo te lo tienes que hacer tú (por lo menos si es low
cost…). Así que cuando llegó el día me alegré mucho de que el shooting fuese
por la tarde… ¡porque si lo llego a tener por la mañana me tendría que haber
levantado por lo menos a las cinco, santo Dios!.
¡Me hice de todo! Dormir 8 horas, zumo de naranja y té verde, aceite de coco en
el pelo, ducha exfoliante de 15 minutos, rigurosa depilación (pa qué?!), tira
para los puntos negros, mascarilla de arcilla blanca, blanqueador de
piños, yoga facial antiarrugas… ¡Me puse hasta un yogur que tenía en la nevera!
Y luego vino el maquillaje. Me senté en mi tocador, encendí unas velitas, puse la playlist “Girl’s night” y ¡a darle a la brocha! Y
por supuesto todo lo que podía salir mal, salió mal, como suele ocurrir en esas
ocasiones en las que es de vital importancia que tu maquillaje esté perfecto:
me pasé con la base, el colorete se quedó a ronchas, el rabillo del eyeliner no
quería salir recto, me cayó rímel en el antiojeras… y cada vez que intentaba
corregir o retocar algo, lo empeoraba más… ya no había remedio, alcancé el
punto en que ya llevaba 8 capas de polvos y coloretes e iluminadores y la única salida era la
toallita desmaquillante. ¡Y me había
pegado como 45 minutos dedicada a tal
hazaña! Al final volví a maquillarme en 15 minutos y quedó decente. Con el pelo
me pasó un poco parecido. Plancha para aquí, tirabuzón para allá, total para
dejármelo paja. Me acabé aplicando mi aceite multiusos con la cabeza boca abajo y me hice un
moño con 3 horquillas. Monísima.
(Chicos lo siento enormemente por
el párrafo anterior).
El tema de la ropa ya ni os
cuento. Había pasado días organizando mentalmente la vestimenta que llevaría a
la sesión porque es un tema trascendental como podréis imaginar. Planeé
perfectamente qué modelito iba a ponerme para cada tipo de foto, qué prendas me
favorecían más, mis preferidas del armario… vestido negro, pitillos, jerseys,
vestidito lencero, tacones, zapato plano, medias de esas que tienen efecto faja
(sí, ya sabéis todas de qué hablo). Bueno, que al final me puse nerviosa y
empecé a meter en el bolso de todo menos lo que tenía que llevar, cogí esas
típicas prendas que no te pones NUNCA pero que de repente un día en que tienes
un evento relevante las ves y piensas que es una gran idea ponértelas y va y
NO!
Así que nada, salí de casa agua
al cuello y talquina al culo (o sea con prisas), y tenía una media horita
andando hasta llegar al estudio. Encendí mi inseparable GPS (véase la explicación
en un post anterior) e inicié la marcha hacia mi destino. Iba al trote, con el
bolso lleno llenito de ropa y maquillajes para por si acaso, exaltada perdida
imaginando lo pimpollo y guapetona que iba
a salir en mis foticos cuando comencé a notar el frío desgarrador que
llevaba consigo el viento procedente del norte (fijo que me lo envió Saruman) y en ese momento un torrente de
lágrimas comenzó a precipitarse por mis sonrosadas mejillas arruinando vilmente
todo el maquillaje. A todo esto, cuando estoy bajo presión me brota un tic en
el ojo izquierdo el cual empieza a temblar y abrirse y cerrarse sin compasión y
como podréis imaginar en esta ocasión no se quedó atrás. Seguí caminando con
pelín de desasosiego pensando en cómo iba a arreglar la catástrofe que acababa
de acontecerme cuando un oportuno pajarillo que reposaba sobre una rama en un
árbol bajo el cual me cobijaba del frío mientas se ponía en verde el semáforo
para los peatones decidió dejar caer sus deposiciones sobre mi pelo. Mmmmmmm,
Excelvilloso.
Afortunadamente conseguí llegar
al estudio sin más contratiempos y
arreglé los estropicios varios que había sufrido. Me vestí, me retoqué el maquillaje y limpié los detritos pajariles de mi cabellera. Me coloqué
en la pared con el fondo blanco frente al fotógrafo y comenzó la magia... PUES
NO. Magia ninguna. El pobre hombre se desesperó conmigo, y es que posar, lo que
es posar, no es mi fuerte. Parecía un muñeco articulado. El retratista se
aproximó a mí e intentó colocar mis extremidades formando algún tipo de
interesante postura, más yo seguía tiesa cual hombre de hojalata. Puso un poco
de música de Lana del Rey para hacerme sentir más cómoda y conforme transcurría
el tiempo comencé a soltarme. No obstante tengo que hacer esfuerzos por mejorar
mi sonrisa de pose, porque se me desencaja la mandíbula formando una suerte de
mueca de asco. Terrible. El camerista optó por pedirme que no sonriese, que
resultaba más misteriosa si cerraba la boca y miraba al infinito (gracias por
tu tacto). Y ahí estuve un par de horillas mirando con intensidad la esquina de
la habitación.
En fin, fue mi primera vez. Ya
aprenderé.
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