Porque el mundo está lleno de
cernícalos, y yo he salido con alguno que otro, os cuento a
continuación la apasionante historia de una de las citas más inconsistentes que
he tenido jamás.
¿Qué época la de la adolescencia,
eh? Los primeros amores, miradas furtivas, cogerse de la mano, sonreír con
timidez, pintar cuadernos con el nombre del otro, comprarse unas pipas y sentarse en un banco…qué tierno. Bien,
pues yo no tuve de esto.
Si os soy sincera no recuerdo muy bien dónde o cuándo conocí al pasmasuegras en cuestión. Solo me acuerdo de que hubo un intercambio de números, de que me llamó y de que yo era tan pava que no le cogí el teléfono por vergüenza y quedamos a través de sms (toma ya!). Y es que entendedme, estaba completamente azorada, este chico era el típico popular del instituto: alto, atlético, sedosos cabellos rubios, ojos azules... del grupo de los malotes pijillos, skaters que provienen de familias acomodadas, de los que en verano surfean y en invierno hacen snow, DC Shoes, Carhartt & co… además era mayor que yo, y tenía coche. Vamos, que yo babeaba.
Me encontraba bastante nerviosa
ya que con toda probabilidad era una de mis primeras citas y no tenía ni
pajolera idea de cómo funcionaba la cosa: ¿de qué diantres habla uno? ¿qué se
hace en los silencios incómodos? ¿cuánto dinero llevo? ¿si viene en coche, dónde coloco el bolso
cuando me monte, entre mis piernas o en mi regazo? ¿qué coartada utilizo con mis padres? Y una interminable lista de perturbadoras cuestiones que provocaban
mi típico dolor de estómago previo a las citas despertando siempre el deseo de
cancelarlas a última hora y quedarme en casa, segura, leyendo Harry Potter o
quedar con mis amigas para pasar la tarde tiradas en el césped comiendo un Mc
Flurry.
Pero no, aquel día no dejé que me
invadiese el miedo (lástima…) y quedé con él. Era un jueves de principios de verano y habíamos quedado a
media tarde, sin embargo escribió para avisar de que se retrasaría un poco. Genial, más
tiempo para darle vueltas a la cabeza... ¿Qué haremos? Seguramente me llevará a
tomar algo a alguna cafetería o bar de moda, charlaremos tranquilamente, nos
conoceremos poco a poco, reiremos, rozaremos nuestras manos, habrá conexión de
miradas, luego daremos un paseo con su skate y me enseñará a montar sobre el
mismo mientras me sujeta por la cintura, me acompañará hasta el portal, nos
daremos un casto beso, y nada más subir me llegará un sms suyo en el que me
diga que se lo ha pasado genial. JA! SÍ CLARO! Casi.
Llegó tardísimo, con una hora de
retraso más o menos, y vino a buscarme en coche, sin rastro del skate. Chasco
Nº1. Me monté en el coche, y nos dimos los típicos dos besos tremendamente
incómodos por el rollo ese de tener el cambio de marchas y el freno de mano ahí
en medio, la torsión de cuello... y tal. No sabía donde dejar el bolso, y lo
dejé en mi regazo. “Pareces mi abuela sujetando el bolso así, déjalo abajo”.
Chasco Nº2. “Bueno, ¿y qué vamos a hacer entonces? ¿A dónde vamos?” pregunté
reponiéndome del halago anterior. “Sorpresa”, respondió él. Joder.
La cuestión es que veo que
estamos saliendo de Pamplona (sí, es mi sino), e inquieta, le pido por favor
que me diga a dónde nos dirigimos, ya que me gustaría tener controlada la hora
de llegada a casa. Finalmente me lo cuenta; vamos a la Ultzama. Bien, para los
que no seáis de la zona, la Ultzama es un valle y municipio navarro que se
encuentra a unos 30 km al norte de Pamplona, unos 50 minutos en coche. Así que cuando
me confesó el destino, me mostré poco receptiva. ¿A santo de qué me lleva a este
sitio? ¿Qué necesidad tenemos de ir hasta allí, con el frío que va a hacer? Y
entonces caí en la cuenta de que allí hay un Bar-Restaurante, la Venta de
Ultzama, muy conocido en la Comunidad Foral por tener la
mejor Cuajada a la piedra y unos Canutillos rellenos para chuparse los dedos.
Así que cambié el gesto de mi cara y sonreí de oreja a oreja pensando en cómo
me iba a poner, y en qué majico el zagal este que me lleva a merendar a un
lugar tan chulo con unas vistas al valle tan impresionantes. Que de repente me pareció una pedazo de idea muy guay vaya.
Así que nada, confiada y tranquila
me dejo dirigir y mientras vamos hablando de esto y de aquello, entretenidos
con nuestras frugales conversaciones, veo que se dispone a encender el
reproductor de música y pienso: “fijo que pone algo de Blink 182 o de los Red
Hot Chili Peppers” (era la gloriosa época de Enema of the State y
Californication), pero va, y no..., no puso nada de eso. Puso esto.
El disco entero. Mi cara.
Chasco Nº3.
Obviamente a partir de ese
momento me costó más trabajo seguir la conversación y en lo único en lo que
pensaba era en llegar ya a la Venta y en comerme los canutillos. Canutillos de
exquisita crema, canutillos de chocolate derretidico que se esparce por el
plato, canutillos, canutillos... Podéis imaginaros mi reacción cuando veo que
llegamos al destino pero observo con pavor cómo pasa de largo el ansiado merendero y sigue la carretera hasta introducirse en un camino de tierra que conduce a un mirador.
Chasco Nº4.
Claro, todo el tema de la
merienda había sido una suposición mía, no podía reprocharle nada, pero ahora
sí que sí no llegaba a comprender cuál había sido la necesidad de ir hasta
allí. ¿Las vistas? ¿Seriously? La cuestión es que estaciona y quita el
estúpido disco de la rana, gracias a Dios. Pues bien, aquí estamos, en medio de
la nada, metidos en el coche en un mirador de un valle de Navarra a las 20 y
pico de la noche que ya está oscuro y no se ve ni ostias en vinagre.
Le miro, me mira, y me pide que
abra el salpicadero. Chan chan. Intrigada, lo abro. “Saca el porta CD’s”, me
dice. Vacía de intriga y con cierto temor, lo extraigo y se lo doy. Guarda el
CD que tenía en la mano y saca otro. “Me encanta”, dice, “no me canso de
escucharlo, es el fondo perfecto para este lugar”. En ese momento un rayo de
esperanza se enciende dentro de mí, y me fustigo a mi misma por desconfiar del
chaval. Me ha traído a un lugar precioso, a disfrutar de unas vistas muy
románticas, con una música que seguramente va a ser acorde a la situación, y va
a ser un momento inolvidable.
Empieza a reproducirse el CD
recopilatorio de los mejores chistes de Eugenio.
Se los sabe todos señores,
enteros, los va repasando y los dice a la vez que el legendario cómico y se ríe
con todos y cada uno de los condenados chistes (ojo, que Eugenio me gusta
pero...en serio? Ahora? Realmente crees que es lo más apropiado?).
Parece no reparar en el hecho de
que he desconectado hace rato y estoy manteniendo una seria conversación con mi
tripa, que no habla no, ruge. Recuerdo que llevo un paquete de Sugus en el
bolso que reposa en mi regazo de abuela y sin perder un segundo la cojo, lo
abro, y empiezo a comer los caramelos compulsivamente a la vez que miro a
través de la ventanilla haciéndome a la
idea de que ésa va a ser mi cena. Chasco Nº6.
Mientras aquí el colega sigue con
su fiesta privada y está prácticamente llorando de la risa. Vamos muy normal
todo. Creedme cuando os digo que pasamos allí más de una hora que es lo que
duraba el puñetero disco recopilatorio de los mejores chistes de Eugenio enterito,
sin perdernos ni uno; es más, se permitió el lujo de repetir alguno de sus
favoritos dando por hecho que la falta de carcajada por mi parte se debía
seguro a que no lo había escuchado bien.
Me llevó de vuelta a casa y
llegué tardísimo. Bronca de mis padres. Mi madre: “¿Pero dónde estabas?” Mi cara.
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